Fecha 123: “Venga, Doctor, pase”, por el Dr. Gentile.
Le quiero pedir sentidas disculpas a todos mis lectores por la demora en la entrega de mi informe.
Resulta que había arreglado con el Juez para entregarle mi informe personalmente y quedamos en encontrarnos en una conocida confitería de calle Corrientes. Yo estaba en la Productora de Gonzalo Bonadeo, discutiendo fervientemente la creación de la Copa Argentina. Algo así como la Copa del Rey en España o la Copa Italia.
En un momento me enojé, no diré por qué, y me fui de boca. Insulté a Grondona. Casi le pego a Bonadeo. El Ruso Veréa gritaba: ”Cáguelos a trompadas, Doctor!”.
Aprovecho este medio para pedirle perdón a Gonzalo por el mal momento.
Me tomé el 127, que me dejaría en la confitería, pero en mi enojo no percibí que tomé el colectivo hacía el lado opuesto. Como iba releyendo mi informe no me di cuenta hasta que el chofer me avisó que ya habíamos llegado a Beccar.
Le dije que daba otra vuelta, pero me dijo que ese era el último turno de ese colectivo y que, desde Beccar no había servicio nocturno.
Esa gente no sabe lo que es un taxi.
Entro a una cantina de la zona para preguntar la mejor manera de llegar al centro.
Unos parroquianos me confunden con Mariano Closs e intentan golpearme. En vano mis súplicas por hacerles entender que Mariano Closs es joven y tiene un tono naranja por exceso de cama solar, pero la concurrencia no está familiarizada con esos términos.
Aparte, ellos sólo lo escuchan por radio.
Cuando la golpiza parecía un hecho, el dueño del tugurio, un señor ya mayor, pega un grito que paralizó a todos los presentes: “Ignorantes!”, gritó. “Ese no es otro que el Doctor Gentile”. El silencio se podía cortar con un cuchillo de postre.
“El Doctor Gentile?” preguntó incrédulamente uno de los alegres borrachines.
“Efetivamente”, respondo, bajando un poco la calidad de mi florido lenguaje para que esos salvajes no se sientan tan alejados de mi intelecto.
“Ahora si dese por muerto”. Con los ojos desorbitados por el miedo, busqué al anciano dueño del oscuro expendio de bebidas. Lo encontré afilando una cuchilla de carnicero, de esas que tienen un hueso de asado atravesado, en una chaira de cuero que tenía un tatuaje de Bugs Bunny con la camiseta de Excursionistas. Ahí comprendí todo. Busqué en las paredes del sucio bodegón hasta dar con la razón de tanta inquina. Y ahí estaba. Colgando de una de las paredes, el amarillento banderín de la Asociación Deportiva Defensores de Beccar.
Supe que estaba condenado. Durante los 2 años en que ejercí el referato, condené a la Asociación Deportiva Defensores de Beccar a la desafiliación, cobrándole 3 penales en contra, dos de ellos inexistentes, en un partido por la Permanencia, que definía si la Asociación Deportiva Defensores de Beccar se quedaba en la D, o si el Club Atlético Beccar llegaba a la mínima Categoría del Fútbol de AFA. Fue una tarde negra. Y en una noche similar, iba a terminar mi vida.
Pero de pronto, se rompe un vidrio del noble establecimiento y entra por el una flecha con una extraña luz en la punta. Se clava en la pizarra de los precios. Los ingenuos parroquianos, al notar que la extraña luz de la flecha no era otra cosa que el fuego, ese elemento que nunca pudieron dominar, se dieron a la fuga. Yo, que ya estaba atado y colgando del ventilador de techo, miraba azorado como el fuego se iba alimentando con todo el material combustible del barsucho. Se abre la puerta. Son los Rompehuesos, la barra brava del Club Atlético Beccar. El Despena Gurises, capo de la barra, corta con su facón la soga que me sujetaba al giratorio adminículo refrescante y así, hecho un matambre, fui sacado en andas por los Rompehuesos.
Una multitud me esperaba en la calle. Con lágrimas en los ojos, le digo al Despena Gurises: “Gracias”. “Gracias a usted, Doctor. Por primera vez podemos llevar en andas al máximo ídolo de nuestra Institución.” Mientras me desataban llegó don Rómulo Isidro Largorena, presidente de la Honorable Comisión Directiva del Club Atlético Beccar, con una plaqueta. “Desde 1968 que se la queremos dar, pero después de esa final, todos sus datos fueron borrados de la nómina de O.S.A.D.R.A. y de la Asociación Argentina de Árbitros, y a pesar de nuestra insistencia, allí juraban no concerlo”. “Entiendo, en mi casa me pasó lo mismo”. La noble muchedumbre se quedó perpleja ante tan fino humor. “Es un chiste”, dije. Silencio. Rápido de reflejos, Rómulo Isidro Largorena sacó del bolsillo una camiseta del Club Atlético Beccar que tenía el 10 en la espalda y mi nombre. ”La llevo siempre encima, por si me lo cruzo”, me confesó. Me llevaron en andas hasta el Estadio Doctor Aldo Humberto Gentile. Entramos por la puerta grande. La chica estaba cerrada con candado. Dimos el consabido giro al campo de juego. Luego otra vez. Se acercó la murga Los Deshilachados de Beccar. Y se desató el carnaval. Eran las 4 de la mañana cuando recordé al Juez. ”Rómulo” le digo a Rómulo Isidro Largorena, presidente de la Honorable Comisión Directiva del Club Atlético Beccar, “en dos horas tengo estar en el centro”. “No se preocupe, Doctor. Fino, mi chofer, tiene que llevar un reparto al Mercado Central“. “Me deja bien”, miento.
“Venga, Doctor, pase.”, me dice Fino. “Acomódese entre los chanchos”.
Me fui como un héroe, con la gente a ambos lados de la calle despidiéndome, yo con la 10 en la espalda y la plaqueta en la mano, saludaba como Mirtha Legrand de Tinayre.
En la Calle Corrientes, el Juez me esperaba. Estaba extraño. No podía mantener la vista fija en un punto. No quería incomodarlo con preguntas pues me sabía en falta. “Tenés el informe?”. Se lo doy. “Pague la cuenta, Doctor, que me olvidé la billetera”. Culposo, le digo, “Vaya tranquilo, Señor Juez”. “No se preocupe, Doctor, estamos a mano.”
“Son doscientos veintiocho pesos, Doctor”, dijo el mozo.
Mi cara de espanto no lo sorprendió. “El Juez se tomó treinta y siete cafés”.
Equipo A: Coki, NR Cláusen, Martins, Cachito y Cuñado.
Un equipo poderoso en ataque, con una defensa endeble.
Equipo B: Chingal, Ceri, Dieguito, Hernán amigo de Coki y Santi.
Un equipo con una formación más clásica, pero con incógnitas en ataque.
El esférico da un giro completo sobre si mismo. El partido arrancó. El Equipo B, que tiene las posiciones un poco más claras se hace con el dominio del balón y rápidamente abre el marcador. No tarda en llegar el empate. Los equipos se vuelcan al ataque y se olvidan de la marca. Cachito es un vendaval. El Amigo de Coki sorprende con talento y desparpajo. El Cuñado de Cachito es una salamandra refalosa que nadie puede atrapar. Santi intenta de todos lados.
El Equipo B empieza a hacer agua en defensa. Ceri y Dieguito se trenzan en discusiones sobre las capacidades especiales de cada uno.
El Equipo A empieza a construir el partido, cuando no, a partir de las atajadas de Coki. Y de la gambeta de Cachito. Que juega y hace jugar. Y empieza a estirar la diferencia. La desazón y el fastidio se adueñan del Equipo B. Se equivocan en defensa, no pueden resolver en ataque.
Cláusen se afirma casi como único defensor. Cachito toma el guante del duelo futbolístico que propuso el Amigo de Coki, que a pesar de no conocer el campo de juego ni a ninguno de sus compañeros, era de lo más claro en el ataque del Equipo B. Martins se hace fuerte en la banda derecha del ataque del Equipo A, con mucho sacrificio para mostrarse siempre sin marca, obligando a Dieguito a replegarse y correr la cancha siempre para atrás. Ceri y Amigo de Coki se afanaban (sin intención de herir susceptibilidad alguna, por favor) en frenar a Cachito. El Cuñado estaba siempre atento a cualquier desatención y así, sin prisa pero sin pausa, la diferencia se fue estirando hasta llegar a 5.
Con esta diferencia a su favor, el Equipo A sacó el pie del acelerador. Cachito intentaba siempre una demás, buscando desequilibrar en un duelo con el Chingal que es ya un clásico de los jueves, y Martins sorprendía a propios y a extraños con jugadas nunca antes vistas en el fútbol mundial. Con esta perspectiva, el Equipo B empezó a sumar. Santi se definió como 9, la posición que mejor le sienta, el Amigo de Coki, tal vez demasiado generoso por ser su primer partido, intentaba pasarla cuando, a veces, hubiera convenido buscar el arco. Ceri tomaba la pelota de las mismas manos del Chingal y la llevaba a puro coraje hasta la zona rival y Dieguito, que tuvo un arranque flojo en defensa, se empezó a afirmar a partir de la precisión en lo pases y en la definición, aportando 3 o 4 goles que sirvieron para poner al Equipo B de nuevo en el partido.
Pero Coki estaba en otras de sus noches. Y directamente lo querés cagar a trompadas. Porque no hay otra manera de meterle un gol. Creo que esta frase del Chingal ilustró como venía la mano para el Equipo B: “Pateen de cualquier lado. Para meterle 10 goles a Coki hay que patear 40 tiros”.
El Equipo A esperaba. Sabía que cuando fuera necesario, el partido iba a volver por su cauce natural. El de su superioridad futbolística. Porque el partido se emparejó porque el Equipo B estaba jugando lo mejor que podía. Y porque el Equipo A estaba jugando al fulbito.
Cuando Cachito decidió que el partido no se les podía escapar, el sueño del Equipo B se desmoronó. Y el último gol fue una pintura de los 5 minutos finales. El Equipo B volcado en ataque, Coki se luce con una nueva tapada, juega rápido la contra para Martins que está solo y tiene todo el tiempo y las opciones para hacer lo que le plazca. La juega atrás para Cláusen, de gran partido, que juega para el Cuñado, abre para Cachito, que encara y, con comodidad, define entre las piernas de Chingal. Pitada final.
Estadio: Cach Nou
Asistencia: Lautaro, que, en la tribuna, corría de un lado a otro y festejaba las destrezas de todos los jugadores.
Perla Blanca: al Amigo de Coki, promisorio debut con un golazo cruzado que dejó a Coki mirando. Pocas veces visto.
Perla Gris: un pase de Chingal a Dieguito que le pasó de ñoca a Cachito.
Perla Negra: la definición de ñoca en el último segundo de Cachito. Un lujo.
Premio Dal Tonic: a Coki, después de otra velada inolvidable, se la dio a un rival pensando que era un compañero.
Premio Semáforo: a Chingal. Botines negros y rojos, medias violetas, vendas blancas en las rodillas. Rodillera azul. Bermuda amarilla y verde. Camiseta roja, blanca y negra.
Premio Sorpresa: a Martins. Intentó jugadas que lo sorprendieron hasta a el mismo. Pero siempre pensando en el espectáculo.